Consideraciones sobre Francia, Maistre


Así comienzan Consideraciones sobre Francia, la principal obra política de Joseph de Maistre crítico, como otros masones de su época, con las causas y los efectos de la Revolución francesa, que es presentada como un castigo de Dios. En la imagen, el Desembarco de Quiberon de 1795, llevado a cabo por emigrantes contrarrevolucionarios.

Estamos todos vinculados al trono del Ser supremo por una cadena flexible, que nos retiene sin sojuzgarnos. Lo que hay de más admirable en el orden universal de las cosas es la acción de los seres libres bajo la mano divina. Libremente esclavos, operan a la vez voluntaria y necesariamente: hacen realmente lo que quieren, pero sin poder perturbar los planes generales. Cada uno de estos seres ocupa el centro de una esfera de actividad, cuyo diámetro varía según el arbitrio del eterno geómetra, que sabe extender, restringir, detener o dirigir la voluntad, sin alterar su naturaleza.

En las obras del hombre, todo es pobre como el autor; los planes son restringidos, los medios rígidos, los mecanismos inflexibles, los movimientos penosos, y los resultados monótonos. En las obras divinas, las riquezas de lo infinito se desvelan hasta en el menor elemento; su potencia opera actuándose: en sus manos todo es flexible, nada se le resiste; para ella todo es medio, incluso el obstáculo: y las irregularidades producidas por la operación de los agentes libres vienen a alinearse en el orden general.

Si se imagina un reloj del cual todos los mecanismos variasen continuamente de fuerza, de peso, de dimensión, de forma y de posición, y que señalasen sin embargo la hora invariablemente, se tendrá una idea de la acción de los seres libres en orden a los planes del Creador.

En el mundo político y moral, como en el mundo físico, hay un orden común, y hay excepciones a este orden. Comúnmente vemos una serie de efectos producidos por las mismas causas; pero en ciertas épocas vemos acciones suspendidas, causas paralizadas y efectos nuevos.

El milagro es un efecto producido por una causa divina y sobrehumana, que suspende o contradice una causa ordinaria. Que en el corazón del invierno un hombre ordene a un árbol, ante mil testigos, que se cubra súbitamente de hojas y frutos, y que el árbol obedezca, todo el mundo gritará milagro, y se inclinará ante el taumaturgo. Pero la Revolución francesa, y todo lo que sucede en Europa en este momento, es tan maravilloso, en su género, como la fructificación instantánea de un árbol en el mes de enero: sin embargo los hombres, en lugar de admirar, miran a otro lado o disparatan.

En el orden físico, en que el hombre no entra como causa, se aviene a admirar lo que no comprende; pero en la esfera de su actividad, en que siente que es causa libre, su orgullo le lleva fácilmente a ver el desorden doquiera que su acción sea suspendida o perturbada.

Ciertas medidas que están en el poder del hombre producen regularmente ciertos efectos en el curso ordinario de las cosas; si él falla su objetivo, sabe por qué, o cree saberlo; conoce los obstáculos, los pondera, y nada le asombra.

Pero en los tiempos de revoluciones la cadena que liga al hombre se acorta bruscamente, su acción disminuye, y sus medios le engañan. Entonces, arrastrado por una fuerza desconocida, se revela contra ella y, en lugar de besar la mano que le sujeta, la desconoce o la insulta.

No comprendo nada, es la gran palabra del día. Esta palabra es muy sensata, si nos vuelve a la causa primera que da en este momento un tan gran espectáculo a los hombres. Es una estupidez, si no expresa más que un despecho o un abatimiento estéril.

(...) Se ha observado, con gran razón, que la Revolución francesa lleva a los hombres más de lo que los hombres la llevan a ella. Esta observación es de la mayor exactitud; y, aunque se pueda aplicar más o menos a todas las grandes revoluciones, sin embargo nunca ha sido más relevante que en esta época.

(...) A menudo uno se asombra de que hombres más que mediocres hayan juzgado mejor la Revolución francesa que hombres de gran talento; que hayan creído firmemente , cuando políticos consumados no creían en ella todavía. Es que esta persuasión era una de las piezas de la revolución, que no podía triunfar más que por la extensión y la energía del espíritu revolucionario, o, si es permitido expresarse así, por la fe en la revolución. Así, hombres sin genio y sin conocimiento han conducido muy bien lo que ellos llamaban el carro revolucionario; han osado todo sin temor a la contrarrevolución; han caminado siempre hacia delante, sin mirar atrás; y todo les ha ido bien, porque no eran sino los instrumentos de una fuerza que sabía más que ellos. 

(...) En fin, cuanto más se examinan los personajes en apariencia más activos de la revolución, tanto más se encuentra en ellos algo de pasivo y de mecánico. Nunca se repetirá demasiado que no son los hombres los que llevan la revolución, es la revolución la que emplea a los hombres. Se dice muy bien cuando se dice que ella va completamente sola. Esta frase significa que nunca la Divinidad se había mostrado de una manera tan clara en ningún acontecimiento humano. Si emplea los instrumentos más viles es porque castiga para regenerar.

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