La Religión del Evangelio, Rousseau



Extracto del Capítulo VIII del Libro Cuarto, De la Religión Civil, de El Contrato Social.

La religión, considerada con relación a la sociedad, que es general o particular, puede dividirse también en dos especies; a saber, la religión del hombre, y la del ciudadano. La primera, sin templos, sin altares, sin ritos, limitada al culto puramente interior del Dios supremo y a los eternos deberes de la moral, es la pura y sencilla religión del Evangelio, es el verdadero teismo, y puede muy bien llamarse derecho divino natural. La segunda, inscrita en un solo país, le da sus dioses, sus patrones propios y tutelares: tiene dogmas, ritos y un culto esterior prescrito por las leyes: excepto de nación que la profesa, todo lo demás es para ella infiel, extranjero y bárbaro; y no extiende los derechos y deberes del hombre sino hasta donde alcanzan sus altares. Tales fueron todas las religiones de los primeros pueblos, a las que se puede dar el nombre de derecho divino, civil o positivo.

Hay otra especie de religión mas extravagante, que dando a los hombres dos legislaciones, dos jefes y dos patrias, los somete a deberes contradictorios, e impide que sean a la vez devotos y ciudadanos. Tales son la religión de los Lamas, la de los pueblos del Japón y el cristianismo romano. Este último puede llamarse la religión del sacerdote. Resulta de ella una especie de derecho mixto e insociable que no tiene nombre.

Considerando estas tres especies de religiones políticamente, todas ellas tienen sus defectos. La tercera es tan evidentemente mala, que seria perder el tiempo querer entretenerse en demostrarlo. Todo lo que rompe la unidad social no vale nada, y todas las instituciones que ponen al hombre en contradicción consigo mismo son pésimas.

La segunda es buena porque reúne el culto divino y el amor a las leyes, y porque haciendo de la patria el objeto de la adoración de los ciudadanos, les enseña que servir al Estado, es servir al Dios tutelar de este. Es una especie de teocracia, en la que no ha de haber mas pontífice que el príncipe, ni mas sacerdotes que los magistrados. En ella, morir por su país, es ir al martirio; violar las leyes, es ser impío; y someter un culpable a la execración pública, es abandonarle a la cólera de los dioses: Sacer esto. Pero tiene de malo que fundándose en el error y en la mentira, engaña a los hombres, los hace crédulos y supersticiosos, y denigra el culto de la Divinidad con un vano ceremonial. también es mala cuando, llegando a ser exclusiva y tiránica, hace a un pueblo sanguinario e intolerante. (...)

Falta hablar de la religión del hombre o sea del cristianismo, no del de nuestros tiempos, sino del del Evangelio, que es del todo diferente. Por esta religión santa, sublime, verdadera, los hombres, hijos del mismo Dios, se reconocen todos por hermanos; y la sociedad que los une no se disuelve ni aun por la muerte. Mas esta religión, que no tiene ninguna relación particular con el cuerpo político, deja a las leyes la única fuerza que sacan de sí mismas sin añadirles ninguna otra; y de aqui es que queda sin efecto uno de los grandes vínculos de la sociedad particular. Aun hay mas; lejos de atraer los corazones de los ciudadanos al Estado, los separa de este como de todas las cosas mundanas. No conozco nada mas contrario al espíritu social. (...)

El cristianismo es una religión del todo espiritual, únicamente ocupada en las cosas del cielo; la patria del cristiano no está en este mundo. Hace este su deber, es verdad; pero lo hace con una profunda indiferencia sobre el buen o mal éxito de sus cuidados.

Conviene al Estado que tenga cada ciudadano una religión que le haga amar sus deberes; mas los dogmas de esta religión no interesan ni al Estado ni a sus miembros, sino en cuanto tienen relación con la moral y con los deberes que el que la profesa ha de cumplir hacia los demás. Por lo demás, cada cual puede tener todas las opiniones que quiera, sin que pertenezca al soberano mezclarse en ellas, porque como no tiene autoridad en el otro mundo, sea cual fuere la suerte de sus súbditos en la vida venidera, nada le importa, con tal que sean buenos ciudadanos en esta.

Hay según esto una profesión de fe meramente civil, cuyos artículos puede fijar el soberano, no precisamente como dogmas de religión, sino como sentimientos de sociabilidad, sin los cuales es imposible ser buen ciudadano ni fiel súbdito. Sin poder obligar a nadie a creerlos, puede desterrar del estado a cualquiera que no los crea; puede desterrarle, no como impío, sino como insociable, como incapaz de amar con sinceridad las leyes y la justicia, y de inmolar, en caso de necesidad, la vida al deber.(...)

Los dogmas de la religión civil deben ser sencillos, pocos y enunciados con precisión, sin explicaciones ni comentarios. La existencia de una divinidad poderosa, inteligente, benéfica, previsora y próvida, la vida venidera, la dicha de los justos, el castigo de los malvados, la santidad del contrato social y de las leyes; he aquí los dogmas positivos. En cuanto a los negativos, los limito a uno solo, a saber, la intolerancia: pertenece esta a los cultos que hemos excluido.

Los que distinguen la intolerancia civil de la teológica, se equivocan, a lo que me parece, pues estas dos especies de intolerancia son inseparables. Es imposible vivir en paz con aquellos a quienes uno cree condenados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario