Les deseo más humildad, Franklin


Extracto de una carta escrita en Filadelfia en 1753, a Jorje Whitefield, uno de los fundadores de los metodistas. Franklin le había curado de una parálisis por medio de la electricidad.

No hay duda que la fe religiosa es muy útil. No apetezco verla en modo alguno disminuída, ni tampoco trato de amortiguarla en quien la posea; pero deseo que produzca más buenas obras que por lo general hasta ahora he visto: hablo de verdaderas obras buenas, de obras de bondad, de caridad, de piedad y de espíritu público; pero no de aquellas que consisten en observar estrictamente los días festivos, en leer ú oir sermones, en observar las ceremonias de la iglesia, en recitar largas preces sobrecargadas de adulación y de elogios que los hombres sensatos desprecian, y que son tan poco al caso para agradar a la Divinidad.

Adorar a Dios es un deber; puede ser útil oír y leer sermones; pero limitarse a esta sola ocupación, como hacen muchas gentes, sería asemejarse a un árbol que se cree de mucho valor, porque teniendo cuidado de regarle echa hojas, pero sin dar fruto.

Vuestro sublime Maestro hacía menos caso de estas apariencias y demostraciones exteriores que muchos de sus discípulos modernos. Prefería al que ponía la palabra en práctica al que sólo se contentaba con escucharla; el hijo que en la apariencia rehusaba la obediencia a su padre, pero que sin embargo cumplía sus órdenes, al que manifestaba gran conato en escucharlas, pero que no las ejecutaba; al hereje, pero caritativo samaritano, al sacerdote sin caridad, aunque ortodoxo, y al levita sagrado.

Declara que los que han dado de comer al que tenía hambre, de beber al que estaba sediento, vestidos al que iba desnudo, socorros al extranjero, y consuelos al enfermo, aunque no los
conociesen, serían recibidos el último día; mientras que los que exclaman `¡Señor! ¡Señor!´ y que se juzgan á sí mismos por su fe, aun cuando ésta fuese de tal naturaleza que hiciese milagros, si han descuidado las buenas obras, serán desechados.

Decía que no venía para llamar á los justos, sino para estimular á los pecadores al arrepentimiento; de donde se puede concluir que suponía modestamente que ciertos hombres se creían bastante perfectos para no tener necesidad de sus amonestaciones. Pero hoy, el menor de nuestros ministros apenas deja de considerar a todo individuo como sometido de derecho a su pequeña dominación, y toda transgresión, sobre este punto es como una injuria hacia la Divinidad.

Les deseo más humildad, y a usted salud y felicidad.

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