Ver, Sentir, Reaccionar y Sacar Conclusiones, Nagy


Extracto del Libro autobiográfico Jesuitas y Masones, publicado en Buenos Aires en 1963 y dedicado Ad Majorem Dei Gloriam, A la Gloria del Gran Arquitecto Del Universo, que relata las experiencias en ambas Ordenes del Dr Töhötöm Nagy.


Los ejercicios espirituales de treinta días son realizados por los jesuitas sólo dos veces en su vida. Estos ejercicios espirituales constituyeron para mí una de las experiencias más grandes de mi vida. […]

Teníamos a nuestra disposición cinco horas por día distribuidas desde la mañana a medianoche para meditar sobre las verdades expuestas. El resto del día, casi en su totalidad, lo llenábamos con reflexiones, anotaciones, nuevas meditaciones, reflexiones, oraciones y confesiones. 

El curso comenzó lentamente con el descubrimiento de algunas verdades básicas: éramos criaturas supeditadas a un poder superior, ergo deberíamos reformar nuestra existencia de acuerdo a sus principios. Se colocaban pilares fundamentales, más tarde se descubrían los secretos más íntimos de la vida: la esencia del pecado. Una lluvia de acusaciones caía sobre nosotros. El torrente iba en aumento, ya parecía arrastrarnos. No disponíamos de un minuto de tiempo para descansar, cuando nuevos ataques nos azotaban, una multitud de pruebas nos arrastraba y nos golpeaba en una dirección determinada en cuyo fin esperaba la gran conclusión: aquí no había escapatoria, aquí había que someterse a una voluntad superior. Las verdades iluminaban como faros, edificadas sobre una fría lógica: se apelaba a nuestra inteligencia y a nuestro valor para ver, sentir, reaccionar y sacar conclusiones.

En mi desesperación reconocía con claridad, cuál era mi meta, qué era a lo que no podía escapar, y obedeciendo a las leyes de la psicología, mi voluntad después de este reconocimiento comenzó a moverse con lentitud para emprender un camino, luego siguió acelerando, arrastrándome consigo y el duodécimo día de los ejercicios no pude reconocerme. No recurrían a mi vida sentimental, tampoco eran charlas en horas de lánguida emoción con el Niño Jesús, ni con simpáticas Santas Teresitas, sino apelaban a las dos grandes realidades sagradas de mi condición de hombre: a mi inteligencia y a mi voluntad.

Aquí se hizo la pausa y yo fui investido. Este es un acto muy simple para los jesuitas: en la sastrería me echaron encima la sotana, me enseñaron el modo de atar el cingulum o faja, acto seguido entré en el aula. El P. Maestro pronunció un breve discurso, los novicios desafinaron alguna canción y después me abrazaron todos uno por uno. 

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