Reflexión de Jean-Baptiste Willermoz, 1818.
En el exceso de su aflicción, y excitado por el consejo saludable de un diputado divino que le fue enviado, reclamó la clemencia del Creador, reconoció y confesó su crimen, y se sometió a la expiación.
La misericordia aceptó su arrepentimiento, y viéndole amenazado por toda la furia de su enemigo, de quien acababa de convertirse en esclavo, lo tomó bajo su protección para preservarle de los nuevos peligros a los cuales fue librado; y para humillar más fuertemente a su insolente enemigo, un poderoso Mediador y Reparador le fue prometido para venir a rehabilitarle durante la duración de los tiempos; este vino, y por su sacrificio voluntario expiatorio del crimen del hombre ha devuelto a la vida eterna a todos los que han querido y a aquellos que querrán, hasta el fin de los tiempos, reconocer su mediación poderosa.
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