La Iglesia Sufrirá la Derrota si Olvida su Sagrado Ministerio, Mateo-Sagasta


Discurso en el Congreso, como ministro de la Gobernación de Práxedes Mateo-Sagasta con motivo de la felicitación redactada por el Partido Carlista en el 25.º aniversario del Ponficado de Pío IX en la sesión del 16 de junio de 1871. Recogido en el diario de Sesiones. 

¿El discurso que acaban de oír los Señores Diputados es una felicitación al Papa, al Jefe de la Iglesia Católica, al Padre común de los fieles, o es, por el contrario, una peroración eminentemente política contra los Gobiernos liberales, contra las instituciones representativas y contra los progresos de la civilización? (…)

¿Se trata de felicitar al Padre común de los fieles? ¿Se trata de congratularse porque haya llegado al aniversario vigésimo sexto? (…) Todos los que somos católicos nos congratulamos con alma y vida (…) pero ¿se trata de tomar al Padre común de los fieles, al Sumo Pontífice, al Jefe de la Iglesia católica, como instrumento de ciertas aspiraciones políticas, de ciertos partidos, de ciertas tendencias? (…) Lo rechazamos con toda energía y con toda decisión en bien del mismo Padre Santo, en bien del mismo Jefe de la Iglesia, en bien del Sumo Pontífice, a quien no se debe traer a los debates políticos, ni tomar como bandera de partido. (…)

La religión no formó aquí la sociedad civil, como sucedió en Oriente; al contrario, la sociedad civil estaba creada cuando vino la religión, que la sociedad civil aceptó en su seno, y en su seno creció; la admitió como compañera sin reconocerla como soberana. (…)

En Oriente la religión formó la sociedad civil y quedó desde luego supeditada al principio teocrático, y fue gobernada por gobiernos sacerdotales; pero en Grecia y en Roma no hubo sociedad sacerdotal y la religión, particularmente en Roma, no fue más que un instrumento del Estado. Así es que allí no se reconoció ningún orden de ideas de origen superior y divino que sirviera de lazo de unión entre los individuos que pertenecían a la sociedad civil; hubo, es verdad, una idea que animó a aquellos pueblos y los hizo grandes y célebres, y esa fue la idea de libertad; cuando esta idea desapareció, desapareció todo para aquellos pueblos y cayeron en la degradación y el envilecimiento. Entonces la sociedad cristiana, joven, entusiasta, pensadora, cogió la libertad que se cayó de las manos de la sociedad civil decrépita, siendo ésta por aquella vencida. El cristianismo trajo, en efecto, indestructibles elementos de libertad para las naciones; pero la sociedad sacerdotal desoyó los preceptor divinos, dejándose arrastrar de las pasiones mundanas, y soñó en el dominio universal. (…)

Pero la verdad es que al fin y al cabo estos sueños de dominio universal, de teocracia universal, desaparecieron. Y de esta revolución vino la división de los tiempos, desde la caída del imperio romano hasta nuestros días, en dos épocas: la Edad Media, en la cual el clero era omnipotente, y la edad moderna, en que el poder civil fue recuperando y recobrando la influencia que fue perdiendo el poder clerical, y en la que pudo amoldar sus instituciones a sus necesidades. En la primera época, el poder eclesiástico absorbió al poder civil; y en la segunda época, la potestad civil recobró todo el poder que le había usurpado la potestad eclesiástica.

Así es que la Iglesia ha sido grande, es grande y será grande mientras no se salga de sus límites naturales. (…) Sufrirá la más grande de las derrotas si, traspasando los límites naturales que tiene la Iglesia trazados, si olvidando su sagrado ministerio, trata de poner mano en las instituciones políticas del Estado.

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