Extracto del Discurso Inaugural como presidente de George Washington en 1789.
Sería particularmente inadecuado omitir, en este mi primer acto oficial, mis fervientes súplicas al Todopoderoso que reina sobre el universo, que preside los consejos de las naciones, y cuya providencial ayuda puede subsanar todos los defectos humanos, para que su bendición pueda consagrar a las libertades y la felicidad del pueblo de Estados Unidos, un gobierno instituido por éste para estos propósitos esenciales y para que permita que todos los instrumentos empleados en su administración cumplan con éxito las funciones asignadas al cargo. Al ofrecer este homenaje al Gran Creador de todo el bien privado y público, estoy seguro de que se están expresando vuestros sentimientos al igual que los míos y los de mis conciudadanos.
Ningún pueblo puede estar más obligado que el de Estados Unidos a reconocer y adorar su mano invisible, la cual conduce los asuntos de los hombres. Cada paso con el que éstos han avanzado hacia una nación independiente parece haber sido distinguido por la señal de una intervención de la Providencia. Y en la importante revolución reciente del sistema de gobierno unido, las deliberaciones tranquilas y el consentimiento voluntario de tan diversas comunidades que condujeron a este acontecimiento, no se pueden comparar con los medios por los que se han establecido la mayoría de los Estados sin ningún beneficio de gratitud piadosa y sin la modesta expectativa de futuras bendiciones aparentemente presagiadas por el pasado. (...)
Nuestra política nacional estará fundada sobre los principios puros e inmutables de la moralidad civil. La preeminencia de una nación libre se demostrará mediante todas las cualidades que merezcan el aprecio de sus ciudadanos y el respeto del resto del mundo. Haré hincapié en esta búsqueda con todo el orgullo que me inspira el amor por mi país, puesto que no hay una verdad más fundada que aquella que reza que en la economía y en el curso de la naturaleza existe una unión indisoluble entre la virtud y la felicidad, entre la obligación y la oportunidad, entre las máximas auténticas y honradas de una política magnánima y la sólida recompensa de la felicidad y la prosperidad públicas. No deberíamos estar menos convencidos de que una nación que no observa las leyes eternas del orden y el derecho que el Cielo ha establecido, no puede esperar la sonrisa benévola del propio Cielo. Puede considerarse con fundamento que mantener encendido el fuego sagrado de la libertad y velar por el destino del modelo republicano de gobierno sea, quizá, algo profunda y definitivamente marcado en el experimento confiado al pueblo americano. (...)
Me despido de vosotros no sin antes aludir de nuevo al Padre de todos los hombres para pedirle humildemente que, puesto que Él decidió favorecer al pueblo estadounidense con la oportunidad de deliberar con total completa serenidad, y la de tomar disposiciones para decidir con una unanimidad sin precedentes una forma de gobierno para la seguridad de su unión y el fomento de la felicidad de sus hombres, su bendición divina se manifieste en los amplios puntos de vista, las deliberaciones comedidas y las sabias medidas de las cuales debe depender el éxito de este gobierno.
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