Para dirigirse a nosotros desde el púlpito había que meditar lo que decir, Priscilano


Extracto de La Masonería Española en Presidio.

Llegado el domingo se nos obligó a formar en la galería para oír misa, quisiéramos o no. Esto de la religión impuesta era la última palabra de la pedagogía penitenciaria y de la redención por las buenas. [...]

El primer domingo tocole predicar al padre Arrea, capellán primero del establecimiento, encarnación del sacerdote fanático e inquisitorial, que nos propinó un tremebundo sermón sobre el infierno. Su exaltada plática giró alrededor del siguiente argumento: Así como los hombres tienen cárceles para castigar a los delincuentes, dios ha de tener un sitio para castigar a los pecadores. 

El reverendo padre introdujo en la religión el nuevo concepto teológico del Dios hecho a la imagen y semejanza del hombre. No parecía que le supo bien la impasibilidad con que escuchamos aquel cuento de miedo, lleno de argumentos a favor de la existencia del infierno. en verdad, aquel señor creyó hablar a niños de diez años o aviejas beatas y no a hombres maduros, curtidos y encanecidos en el estudio.

Poco a poco fue dándose cuenta de que el que más y el que menos de nosotros había leído a Santo Tomas y a San Pablo y que, para dirigirse a nosotros desde el púlpito, había que estudiar y meditar lo que debía decir.

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