¿Quién Merece el Título de Bienhechor?, Willermoz


Extracto del Anteproyecto leído por Willermoz en el Convento de Wilhelmsbad de 1782 donde se analizó la legitimidad de la filiación de la Masonería con la Orden del Temple y el futuro de la Orden. 

Aquel que se limita a ofrecer socorros pecuniarios a la indigencia hace realmente un acto de beneficencia, pero no puede legítimamente obtener el título de bienhechor; tampoco aquel que cree haberlo satisfecho todo protegiendo la inocencia, o aquel que se circunscribe en aliviar a sus Hermanos sufrientes o incluso aquel otro que en un orden superior de cosas hiciera consistir toda su beneficencia en iluminar e instruir a sus semejantes. Ya que todos estos bienes tomados separadamente no son más que ramas diversas de un mismo árbol, que no se pueden aislar sin privarlas de la vida.

Sólo merece verdaderamente el título de bienhechor, aquél que, absolutamente convencido de lo sublime de su esencia, considerando la grandeza de su naturaleza formada a imagen y semejanza del principio eterno de toda perfección, con la vista puesta sobre esta fuente infinita de toda luz, de todo bien, para imitarla y cumplir así los deberes sagrados que le son impuestos por su naturaleza, siente que, al igual que la bondad eterna abraza todos los seres, todos los tiempos, todos los lugares, así mismo la beneficencia, que no es más que la manifestación de la bondad, debe no tener límites; que creado a imagen y semejanza divinas, viola su propia ley cuando olvida el deber de imitar su modelo sin descanso, y que solamente manifiesta su existencia a todos los seres por sus buenas acciones; que nacido para ser el órgano de esta infinita bondad, no debe jamás cerrar una mano destinada a repartir, a propagar los efectos, que según las circunstancias y sus medios da, aconseja, protege, alivia, instruye; que piensa y actúa sin relajo para el bien de sus semejantes, no dejando de actuar si no es para comenzar de nuevo con fuerzas renovadas, haciendo que esta tarea sea la de toda su existencia, y que en fin, si los límites de sus facultades no le permiten recorrer a la vez toda esta inmensa carrera, abraza al menos en su corazón, su voluntad, sus deseos, todos los medios imaginables para operar el bien hacia todos los seres susceptibles de experimentar los efectos.

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