El Deseo del Anciano, Franklin


Extracto de una carta escrita en Passy, en mayo de 1785, a Jorge Wheatley.

Yo prefiero los sentimientos con que concluye la antigua canción titulada el Deseo del anciano, cuando después de haber hecho los más fervientes votos para tener en una ciudad de provincia, una casa bien caliente, un caballo manso, algunos buenos libros, una sociedad de personas instruidas y alegres, un púding todos los domingos, acompañado de buena cerveza y de una botella de vino de Borgoña, todo en estancias separadas acaba con el siguiente estribillo:

`¡Ojalá pueda yo reinar sobre mis pasiones como dueño absoluto, ser más cuerdo y mejor, y marchar tranquilamente hacia mi fin, sin los achaques de la gota y de la piedra!´

Añade:

`¡Ojalá pueda yo ver llegar mi última hora con un valor inflexible! ¡Ojalá los hombres honrados puedan decir de mí cuando ya no exista: Ha muerto; en ayunas por la mañana, y achispado por la tarde, no ha dejado en el mundo nadie que se le iguale, porque reinaba sobre sus pasiones como dueño absoluto de ellas, etc!´

¿Pero de qué sirven nuestros deseos? Las cosas no se desvían de su marcha, y todo sucede como debía suceder. Mil veces en mi juventud he cantado la Canción de los deseos, y ahora, a mis ochenta años, experimento los tres males, pues estoy atacado de la gota, padezco de la piedra, y aun no soy dueño de todas mis pasiones.

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