Extracto de una carta escrita en Passy, en mayo de 1785, a Jorge Wheatley.
`¡Ojalá pueda yo reinar sobre mis pasiones como dueño absoluto, ser más cuerdo y mejor, y marchar tranquilamente hacia mi fin, sin los achaques de la gota y de la piedra!´
Añade:
`¡Ojalá pueda yo ver llegar mi última hora con un valor inflexible! ¡Ojalá los hombres honrados puedan decir de mí cuando ya no exista: Ha muerto; en ayunas por la mañana, y achispado por la tarde, no ha dejado en el mundo nadie que se le iguale, porque reinaba sobre sus pasiones como dueño absoluto de ellas, etc!´
¿Pero de qué sirven nuestros deseos? Las cosas no se desvían de su marcha, y todo sucede como debía suceder. Mil veces en mi juventud he cantado la Canción de los deseos, y ahora, a mis ochenta años, experimento los tres males, pues estoy atacado de la gota, padezco de la piedra, y aun no soy dueño de todas mis pasiones.
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