El Principito Tenía Sobre las Cosas Serias Ideas muy Diferentes, Saint-Exupery


El cuarto planeta estaba ocupado por un hombre de negocios. Este hombre estaba tan abstraído que ni siquiera levantó la cabeza a la llegada del principito.

—¡Buenos días! —le dijo éste—. Su cigarro se ha apagado.

—Tres y dos cinco. Cinco y siete doce. Doce y tres quince. ¡Buenos días! Quince y siete veintidós. Veintidós y seis veintiocho. No tengo tiempo de encenderlo. Veintiocho y tres treinta y uno. ¡Uf! Esto suma quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno.

—¿Quinientos millones de qué? [...]

—Millones de esas pequeñas cosas que algunas veces se ven en el cielo. [...] Unas cositas doradas que hacen desvariar a los holgazanes. ¡Yo soy un hombre serio y no tengo tiempo de desvariar!

—¡Ah! ¿Estrellas?

—Eso es. Estrellas.

—¿Y qué haces tú con quinientos millones de estrellas? [...]

—Nada. Las poseo. [...] Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez —contestó el hombre de negocios—. Es algo difícil. ¡Pero yo soy un hombre serio! [...] Puedo colocarlas en un banco. [...] Escribo en un papel el número de estrellas que tengo y guardo bajo llave en un cajón ese papel.

—¿Y eso es todo?

—¡Es suficiente!

"Es divertido", pensó el principito. "Es incluso bastante poético. Pero no es muy serio". El principito tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes de las ideas de las personas
mayores.

—Yo —dijo aún— tengo una flor a la que riego todos los días; poseo tres volcanes a los que
deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del que está extinguido; nunca se sabe lo que
puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas...

El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.

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