Extracto de Los Miserables. En la imagen, portada de la primera edición.
Se operaba un extraordinario cambio en sus ideas. Se dio cuenta de que hasta aquel momento no había comprendido ni a su patria ni a su padre. Hasta entonces palabras como república a imperio habían sido monstruosas. La república, una guillotina en el crepúsculo; el imperio, un sable en la noche. De pronto vio brillar nombres como Mirabeau, Vergniaud, Saint Just, Robespierre, Camille Desmoulins, Danton, y luego vio elevarse un sol, Napoleón. Poco a poco pasó el asombro, se acostumbró a esta nueva luz, y la revolución y el imperio tomaron una muy diferente perspectiva ante sus ojos.
Estaba lleno de pesares, de remordimientos; pensaba desesperado que no podía decir todo lo que tenía en el alma más que a una tumba. Marius tenía un llanto continuo en el corazón. Al mismo tiempo se hacía más formal, más serio, se afirmaba en su fe, en su pensamiento. A cada instante un rayo de luz de la verdad venía a completar su razón; se verificaba en él un verdadero crecimiento interior. Donde antes veía la caída de la monarquía, veía ahora el porvenir de Francia; había dado una vuelta completa.
Todas estas revoluciones se verificaban en él sin que su familia lo sospechara. Cuando en esta misteriosa metamorfosis hubo perdido completamente la antigua piel de borbónico y de ultra; cuando se despojó del traje de aristócrata y de realista; cuando fue completamente revolucionario, profundamente demócrata y casi republicano, mandó hacer cien tarjetas con esta inscripción: El barón Marius Pontmercy.
Pero, como no conocía a nadie a quien darlas, se las guardó en el bolsillo.
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