La Regla Masónica al Uso de las Logias Rectificadas, que consta de nueve artículos, fue redactada por el Barón Jean de Turckheim y adoptada por el Convento de Wilhelmsbad de 1782. Sigue vigente, como regla de vida, para todos los masones rectificados del mundo. Este es su artículo Séptimo.
En tu entrega al bien del prójimo, no olvides nunca tu propia perfección y no descuides satisfacer las necesidades de tu alma inmortal. Desciende a menudo hasta el fondo de tu corazón, para escudriñar en él hasta los rincones más escondidos. El conocimiento de ti mismo es el gran eje de los preceptos masónicos. Tu alma es la piedra bruta que es necesario desbastar: ofrece a la Divinidad el homenaje de tus sentimientos ordenados, y de tus pasiones vencidas.
Que las costumbres castas y severas sean tus compañeras inseparables, y te vuelvan respetable a los ojos de los profanos; que tu alma sea pura, recta, veraz y humilde. El orgullo es el enemigo más peligroso del hombre, lo mantiene en una confianza ilusoria de sus fuerzas. No tener en cuenta el fin para el cual has venido, retrasa tu progreso: mantente firme hacia el lugar que debes alcanzar; la corta duración de tu paso por este mundo, apenas te permite la esperanza de alcanzarlo. Quita a tu amor propio el alimento peligroso de la comparación con aquellos que están detrás de ti: siente más bien el estímulo de una imitación virtuosa, mirando a modelos más perfectos que van por delante de ti.
Que jamás tu boca altere los pensamientos secretos de tu corazón, que sea siempre el órgano veraz y fiel: un Masón que se despoje de su candor, para tomar la máscara de la hipocresía y de las artimañas, será indigno de estar entre nosotros, y sembrando la desconfianza y la discordia en nuestros apacibles templos, pronto se convertirá en el horror y el azote.
Que la idea sublime de la omnipresencia de Dios te fortifique, te sostenga; renueva cada mañana el deseo de ser mejor: vela y reza. Y cuando al anochecer tu corazón satisfecho te recuerde una buena acción, o alguna victoria conseguida sobre ti mismo, únicamente entonces, reposa tranquilamente en el seno de la Providencia y repón nuevas fuerzas.
Estudia el sentido de los símbolos y los emblemas que la Orden te presenta. La naturaleza misma vela la mayor parte de sus secretos; ella debe ser observada, comparada y algunas veces sorprendida en sus efectos. De entre todas las ciencias que presenten los resultados más brillantes en la industria y en el progreso de la sociedad, observa a aquella que te enseñe las relaciones entre Dios, el universo y tú, colmará los deseos de tu alma celeste, y te enseñará a cumplir mejor con tus deberes.
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