¿De qué sirve saber que un tesoro existe si no conocemos el camino a él?, Hesse


Extracto del discurso de clausura del Convento de Wilhelmsbad.

Cuando las Cruzadas fueron predicadas, la mayor parte de los Soberanos de Europa sabían que Oriente poseía misterios preciosos. Julio II  estaba particularmente informado de ello. Todos quisieron tomar parte de las mismas para entregarse al depósito sagrado y el pueblo gritó con voz unánime Dios lo quiere. Numerosos ejércitos Cristianos y todos los esfuerzos reunidos de los Soberanos más poderosos desembocaron en la toma de Tierra Santa, pero no encontraron lo que realmente buscaban. Dos gentilhombres franceses, Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer, prevenidos y dirigidos por un santo hombre venido de Jerusalén, se unieron a otros siete gentilhombres y se hicieron peregrinos en la Ciudad Santa. El Templo les fue asignado por morada, y en sus ruinas tuvieron la felicidad de encontrar el objeto de las búsquedas de toda la Cristiandad. ¿De qué nos servirá saber que un tesoro existe, si no conocemos el camino para llegar a él? Éste debe ser pues el primer objeto de nuestras búsquedas?

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