El quijotismo, Ramón y Cajal


Fragmentos del discurso leído en la sesión conmemorativa de la publicación del Quijote celebrada por el Colegio Médico de San Carlos el 9 de mayo de 1905

(...) Todos los grandes soñadores aspiran a realizar sus ensueños, a vestir sus quimeras de carne y sangre, lanzando al mundo un tipo humano diferente y superior al actual, creador de una corriente de vida poderosa y arrolladora de las barreras levantadas por el sentimiento, el interés y la tradición. Diríase que es la idea que aspira a cuajarse en materia, que, surgida en el cerebro como eco lejano de la realidad, pugna por remontarse a su fuente y erigirse en tirana y maestra de la naturaleza misma.

(...) Más de una vez me he preguntado: ¿por qué Cervantes no hizo cuerdo a su héroe? La defensa briosa y elocuente del realismo en la esfera del arte, no exigía necesariamente la insania del caballero del ideal. (...) Si el infortunado soldado de Lepanto, caído y mutilado al primer encuentro, no hubiera devorado desdenes y persecuciones injustas; si no llorara toda una juventud perdida en triste y obscuro cautiverio, si, en fin, no hubiera escrito entre ayes, carcajadas y blasfemias de la hampa sevillana, en aquella infecta cárcel donde toda incomodidad tenía su asiento..., ¡cuán diferente, cuán vivificante y alentador Quijote hubiera compuesto! Acaso la novela imperecedera sería, no el poema de la resignación y de la desesperanza, sino el poema de la libertad y de la renovación. 

(...) Hora es ya de decir algo del quijotismo. (...) O esta palabra carece de toda significación ética precisa, o simboliza el culto ferviente a un alto ideal de conducta, la voluntad obstinadamente orientada hacia la luz y la felicidad colectivas. Apóstoles abnegados de la paz y de la beatitud sociales, los verdaderos Quijotes siéntense abrasados por el amor a la justicia, para cuyo triunfo sacrifican sin vacilar la propia existencia, cuanto más los apetitos y fruiciones de la sensibilidad. En todos sus actos y tendencias ponen la finalidad, no dentro de sí, en las bajas regiones del alma concupiscente, sino en el espíritu de la persona colectiva, de que se reconocen células humildes y generosas.

Ahora bien, ¿quién por mediano conocedor que sea de la historia moderna, hábitos y tendencias de la actual gente española, osará calificarnos de Quijotes? Los hubo y los hay, sin duda, entre nosotros; pero ¡ah!, ¡cuán pocos, cuán obscurecidos y desdeñados!

Si tuviéramos espacio suficiente, fácil nos sería demostrar cuán raramente aparecieron en nuestra historia esos genios que Emerson designa hombres representativos, y que yo llamaría hombres de la especie, porque limpios de bajos egoismos, a la especie se dan y por ella perecen. Aunque nos duela en el alma el confesarlo, es fuerza reconocer y declarar que a España, fuera de sus épocas más gloriosas, si le sobraron los Sanchos, le faltaron a menudo los Quijotes.

(...) Labor de alta pedagogía y de verdadera regeneración es corregir en lo posible los vicios y defectos mentales de la raza española, entre los cuales, acaso el más fértil en funestas consecuencias sociales, es la escasez de civismos nobles y desinteresados, de sanos y levantados quijotismos en pro de la cultura, elevación moral y prosperidad duradera de la patria.

Admiremos el libro de Cervantes, pero no derivemos su moraleja hacia dominios a que no tendió en el ánimo del autor. El realismo en el arte ni deja de admitir cierta discreta dosis de levadura romántica, a fin de excitar el interés y elevar los corazones, ni contradice el supremo y patriótico fin de imprimir a la filosofía, a la ciencia y a la industria rumbos resueltamente idealistas.

El quijotismo de buena ley, es decir, el depurado de las roñas de la ignorancia y de las sinrazones de la locura, tiene, pues, en España ancho campo en que ejercitarse. Rescatar las almas encantadas en la tenebrosa cueva del error; explorar y explotar, con altas miras nacionales, las inagotables riquezas del suelo y del subsuelo; descuajar y convertir en ameno y productivo jardín la impenetrable selva de la naturaleza, donde se ocultan amenazadores los agentes vivos de la enfermedad y de la muerte; modelar y corregir, con el buril de intensa cultura, nuestro propio cerebro, para que en todas las esferas de la humana actividad rinda copiosa mies de ideas nuevas y de invenciones provechosas al aumento y prosperidad de la vida; hé aquí las estupendas y gloriosas aventuras reservadas a nuestros Quijotes del porvenir.

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