Historia de la Masonería, Fichte


Texto incluido en la Primera de las Cartas a Constant. 

Sabes que en los primeros decenios del siglo XVIII, en Londres, sale a la luz pública una sociedad que probablemente había surgido ya antes, pero de la cual nadie sabe de dónde viene, qué es y qué quiere. Se propaga, no obstante, con increíble rapidez y se difunde a través de Francia y Alemania a todos los Estados de la Europa cristiana e incluso a América. Hombres de todos los estamentos, regentes, príncipes, nobles, sabios, artistas y comerciantes ingresan en ella; católicos, luteranos y calvinistas de hacen iniciar y se llaman mutuamente hermanos.

Esta sociedad, que, no se sabe por qué razón, o, al menos, te ruego lo creas, muy accidentalmente, se denomina Sociedad de Masones Libres, atrae sobre sí la atención de los gobiernos; es perseguida en la mayoría de los reinos, por ejemplo en Francia, Italia, Países Bajos, Polonia, España, Portugal, Austria, Baviera y Nápoles, amenazada de excomunión por dos pontífices, colmada por todas partes de las acusaciones más contradictorias, y sobre ella se arroja cualquier sospecha que sea odiosa a la gran masa y concite en su contra el odio de ésta.

Pero ella resiste a todas estas tempestades, se propaga en otros reinos y se trasplanta de las capitales a las ciudades de provincia, donde antes apenas se la conocía de nombre. Inesperadamente, encuentra protección y apoyo en un lugar, mientras que en otro está en peligro de extinción. Allá es desacreditada como enemiga del trono e instigadora de revoluciones, y aquí se gana la confianza de los mejores gobernantes.

Así ha seguido hasta nuestros días. Ves cómo en nuestra época los miembros de esta sociedad se preguntan por fin seriamente: ¿Pero de dónde venimos? ¿Qué somos y qué queremos? Ves cómo de todas partes se reúnen para responder a estas mismas preguntas; cómo se miran unos a otros con rostros severos, esperando cada uno la respuesta de su vecino, y finalmente todos acaban confesando, en voz alta o en silencio, que ninguno de ellos, ninguno de los allí reunidos, la sabe.

¿Qué hacen entonces? ¿Regresan a sus casas, explican a sus hermanos la ignorancia general, se exoneran recíprocamente de sus obligaciones y se dispersan algo avergonzados? ¡Nada de eso! La Orden perdura y se extiende como antes.

Esta sociedad padece todavía peores vicisitudes. La investigación de su secreto se hace más apremiante, se pone en conocimiento de todos, mediante escritos públicos, por ejemplo en el “Secreto de los francmasones revelado”, en la “Francmasonería derribada y traicionada”. El designio de algunas sectas masónicas es elevado al grado de la certeza perfecta, el de otras al de la probabilidad; se descubre que aquí y allá la masonería ha servido sólo para tender un velo sobre fines ominosos y se arroja sobre estos fines una luz fatal para ella.

¿Qué ocurrirá ahora? ¿Abjurarán los francmasones de los secretos traicionados y, para liberarse de toda sospecha de fines deshonestos, clausurarán las logias y guardarán en su biblioteca el “Francmasón destrozado”? ¡No! Esta sociedad continúa existiendo, como si nunca hubiera sido dicha una sola palabra ni impresa una sola letra en torno a ella, y se hubiera mantenido inviolable en su seno, sin romperlo jamás, un silencio absoluto.

Finalmente, esta misma sociedad se escinde en su interior, cesa toda unidad. Sus miembros se dividen en sectas que llaman “Sistemas”, se tachan mutuamente de herejes, se proscriben unos a otros, y repiten el juego de una iglesia fuera de la cual no hay beatitud posible. El honorable Servati pregunta: Y si por ventura quisiera convertirme en un francmason, ¿dónde estám los auténticos maestros? En su voluminoso y denso libro no sabe que respuesta dar, mientras que los masones de todos los colores y signos responden unánimemente: En ninguna parte, en ninguna parte salvo en nosotros.

¿Qué suce entonces? El no iniciado, que antes todavía sentía respeto al menos por el nombre de hermano, encuentra ahora ridículo que los masones se persigan y se acusen mutuamente de herejia, y se abate sobre la masonería algo peor que cualquier persecución: la fría mofa y el escarni del mundo refinado.

¿No se seguirá entonces, sin duda, la disolución de la maravillosa sociedad? ¡No, tampoco esta vez! Se conserva y se propaga como siempre, y algunos hermanos cobardes que se ruborizarían si se dijera de ellos en los círculos distinguidos que son masones, acuden a la logia tan fielmente como antes.

Esta es, Constant, la situación de la Orden cuyo secreto quieres penetrary contra la cual nada pueden la persecución y el escarnio, la ignorancia y la traición. Así como se ha dicho a veces en tono de broma que el mayor secreto de los francmasones es que no tienen ninguno, se puede afirmar con pleno derecho que el secreto más evidente y, sin embargo, más oculto de los francmasones es que existen y se perpetúan.

¿Qué es y qué puede ser lo que vincula a todos estos hombres de tan diversos modos de pensar, estilo de vida y formación, y los mantiene unidos entre mil dificultades en esta época de esclarecimiento y frialdad, de luces y oscuridad?

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